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Los primeros documentos provienen de la dinastía Zhou. De muchos períodos de la historia de China se conservan obras de todo tipo (tratados filosóficos, libros de historia o recopilaciones de poemas), que nos permiten conocer el pensamiento y la vida de épocas muy antiguas. La tradición literaria de China es de las más antiguas del mundo, aunque es superada en antigüedad por las tradiciones literarias del Cercano Oriente y Egipto. Asimismo se puede afirmar que es la tradición de mayor continuidad a lo largo de la historia.

 
Los primeros testimonios literarios, o al menos considerados literarios en China, son las inscripciones encontradas en los caparazones de tortuga utilizados para adivinar durante la dinastía Shang (siglo XVI a XI a.C.) y las oraciones grabadas en los bronces sacrificiales de esa misma dinastía. En estas inscripciones ya aparecen los primitivos caracteres chinos, que con sus variedades y evoluciones se seguirán utilizando hasta hoy en día.
 
La literatura china abarca una asombrosa variedad de géneros, muchos de los cuales habitualmente no son considerados obras literarias en Occidente. Una buena muestra de los mismos, y la forma en que deben utilizarse se puede tener con la lectura del libro "El Corazón de la Literatura y el Cincelado de Dragones", una ambiciosa obra de crítica literaria escrita por Liu Xie que en el siglo V de nuestra era que nos permite asomarnos al complejo mundo literario de la China antigua.
 
Entre los filósofos cuyos textos tienen un gran valor literario, a la vez que político y moral, se cuentan personajes de la fama y la reputación de Confucio (孔子 Kǒngzi), Laozi (老子) supuesto autor del Dào Dé Jing, Zhuangzi (莊子), Mencio (孟子 Mèngzi) y Mozi (墨子). También la obra de Sunzi (孫子), El arte de la guerra (孫子兵法 Sunzi bingfa) no es sólo, como su nombre indica, un manual militar, sino también una obra de gran valor literario.
 
De los filósofos citados anteriormente seguramente el más influyente ha sido Confucio y su escuela, puesto que el confucianismo fue elevado a la categoría de religión de estado durante la dinastía Han. Se trata de un éxito impensable para un filósofo, que, como otros muchos de su época, vagaba de reino en reino ofreciendo sus servicios a los mandatarios para aconsejarles en las tareas de gobierno, sin conseguir que le hicieran demasiado caso o le nombraran para un cargo importante.